Tras algún tiempo de miradas cruzadas, se acercó y sin más... me abrazó.
Sentí de nuevo, como el latir de aquel corazón que perduraba en mi pecho, latía, saltaba con más intensidad. Volví a caer en la cuenta, de que, aunque pareciera mentira tenía latidos...
Y entonces me arropó entre besos que tanto había añorado... caricias que noches atrás, habían acogido mis pobres sueños... y me dije a mi misma de nuevo, que el era el trocito de vida que me faltaba.
Desperté, abrí los ojos... la luz de la lluviosa mañana me desveló.
Entonces, giré mi cabeza muy lentamente y ahí estaba... Justo a tres centímetros de mí... con esa carita que me quitaba el sueño... Cubierto por las sabanas hasta el pecho... Le acaricié el rostro con la yema de mis dedos. Le aplaste el oscuro pelo rizado... Y fue en aquel momento cuando, unas profundas ganas de abrazarle me invadieron... Lo hice.
Le rodee con mis brazos, y olí su perfume masculino, y escuché como su sangre recorría sus venas, y miré fijamente a esos ojos que de pronto se abrieron, como dos luceros negros...
Me sonrío...
Rápidamente bajé la mirada y apoyé mi cabeza sobre su pecho. Estábamos ambos, desnudos, cuerpo a cuerpo, piel bajo piel... Y era tan feliz... Solo se escuchaba, el leve tintineo de las gotas de lluvia, morir contra el cristal, el mínimo respirar de nuestros pulmones, un tan esperado suspiro que decía “Te amo”.
Hoy día, en esta misma tarde lluviosa, me he acordado de él.
Un leve rayo de recuerdo me ha inundado la cabeza. Y he vuelto a sentir, lo que sentí la primera vez que nos besamos...
Y nuevamente un sentimiento de culpa me ha azotado, al pensar que, si no lo hubiese dejado marchar, ahora podría abrazarle cada vez que desee... Besar sus labios tan carnosos... Y volver a reír con su risa tan perfecta.
Después de media hora, he comenzado a llorar... Era el amor de mi vida, y lo perdí, sin más... Se marchó.
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